lunes, 12 de marzo de 2012
Construcción de la Conciencia y la Naturaleza del hombre
Lo que pretendo abordar en este humilde trabajo es un acercamiento al debate académico que existe respecto a la construcción de la conciencia y la naturaleza del hombre. El mismo encalla en el meollo central de la cuestión psicológica; ¿qué es lo que determina la psiquis del hombre?, ¿qué incide más? ¿Lo externo o lo innato?
A su vez pretendo que el debate gire en torno a los factores dinámicos existentes en la estructura del carácter del hombre:
¿Qué es lo que origina en el hombre un insaciable apetito de poder?, ¿Cuáles son las condiciones psicológicas que originan la fuerza de esta codicia? ¿Cuáles las condiciones sociales sobre que se fundan a su vez dichas condiciones psicológicas?
Sigmund Freud en su carta al profesor Einstein, de Setiembre de 1932 plantea el problema de qué puede hacerse para defender a los hombres de los estragos de la guerra, abordando el aspecto psicológico para la prevención de estas. El eminente psicólogo señala que Derecho y violencia son hoy opuestos para nosotros.
Los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante la violencia. Así es en todo el reino animal, del que el hombre no debiera excluirse. Al comienzo, en una pequeña horda de seres humanos, era la fuerza muscular la que decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad. La fuerza muscular se vio pronto aumentada y sustituida por el uso de instrumentos: vence quien tiene las mejores armas o las emplea con más destreza.
Al introducirse las armas, ya la superioridad mental empieza a ocupar el lugar de la fuerza muscular bruta; no obstante, el propósito último de la lucha sigue siendo el mismo: la muerte del enemigo que satisface una inclinación pulsional.
De esta forma el estado originario, de la violencia bruta o apoyada en el intelecto, comenzó a ser sustituido en el curso del desarrollo. De la violencia se paso al derecho ¿Por cuál camino? Por aquel donde la mayor fortaleza de uno podía ser compensada por la unión de varios débiles.
Es así como la violencia se ve quebrantada por la unión y el derecho pasa a ser el poder de una comunidad. Sin embargo este sigue siendo en fin una violencia pronta a dirigirse contra cualquier individuo que le haga frente; la comunidad, por tanto, debe ser conservada de manera permanente, debe prevenir las sublevaciones temidas, estatuir órganos que velen por la observancia de aquellas -de las leyes- y tengan a su cargo la ejecución de los actos de violencia acordes al derecho.
El autor señala que semejante estado de reposo {Ruhezustand} es concebible sólo en la teoría; en la realidad, la situación se complica por el hecho de que la comunidad incluye desde el comienzo elementos de poder desigual, varones y mujeres, padres e hijos, y pronto, a consecuencia de la guerra y el sometimiento, vencedores y vencidos, que se trasforman en amos y esclavos. Entonces el derecho de la comunidad se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno; las leyes son hechas por los dominadores y para ellos, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos. Vemos, pues, que aun dentro de una unidad de derecho no fue posible evitar la tramitación violenta de los conflictos de intereses.
Para Freud Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan la institución de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses. Pero afirma que por el momento parece haber pocas perspectivas de que ello ocurra.
A su vez señala que ciertas personas predicen que sólo el triunfo universal de la mentalidad bolchevique podrá poner fin a las guerras, pero en todo caso estamos hoy muy lejos de esa meta y quizá se lo conseguiría sólo tras unas espantosas guerras civiles. Parece, pues, que el intento de sustituir un poder objetivo por el poder de las ideas está hoy condenado al fracaso.
De esta forma llega al cogollo de la cuestión que gira en torno a la motivación y el entusiasmo de los hombres por la guerra, algo debe de moverlos, una pulsión a odiar y aniquilar, señala el autor. Afirmando luego Creemos en la existencia de una pulsión de esa índole y justamente en los últimos años nos hemos empeñado en estudiar sus exteriorizaciones.
Suponemos que las pulsiones del ser humano son sólo de dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir -las llamamos eróticas, o sexuales, con una conciente ampliación del concepto popular de sexualidad-, y otras que quieren destruir y matar; a estas últimas las reunimos bajo el título de pulsión de agresión o de destrucción. Esto no es más que la trasfiguración teórica de la universalmente conocida oposición entre amor y odio.
Cada una de estas pulsiones es tan indispensable como la otra; de las acciones conjugadas y contrarias de ambas surgen los fenómenos de la vida. Parece que nunca una pulsión perteneciente a una de esas clases puede actuar aislada; siempre está conectada -decimos: aleada- con cierto monto de la otra parte, que modifica su meta o en ciertas circunstancias es condición indispensable para alcanzarla.
A su vez las acciones humanas permiten entrever aún una complicación de otra índole. Rarísima vez la acción es obra de una única moción pulsional, que ya en sí y por sí debe estar compuesta de Eros y destrucción. En general confluyen para posibilitar la acción varios motivos edificados de esa misma manera.
Entonces, cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie de motivos; por cierto que entre ellos se cuenta el placer de agredir y destruir; innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman su existencia y su intensidad.
No ofrece perspectiva ninguna pretender el desarraigo de las inclinaciones agresivas de los hombres. Dicen que en comarcas dichosas de la Tierra, donde la naturaleza brinda con prodigalidad al hombre todo cuanto le hace falta, existen estirpes cuya vida trascurre en la mansedumbre y desconocen la compulsión y la agresión.
Difícil me resulta creerlo, me gustaría averiguar más acerca de esos dichosos. También los bolcheviques esperan hacer desaparecer la agresión entre los hombres asegurándoles la satisfacción de sus necesidades materiales y, en lo demás, estableciendo la igualdad entre los participantes de la comunidad. Yo lo considero una ilusión, Por ahora ponen el máximo cuidado en su armamento, y el odio a los extraños no es el menos intenso de los motivos con que promueven la cohesión de sus seguidores.
Es claro que, como usted mismo puntualiza -dirigiéndose a Einstein-, no se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir; puede intentarse desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra.
Desde nuestra doctrina mitológica de las pulsiones hallamos fácilmente una fórmula sobre las vías indirectas para combatir la guerra. Si la aquiescencia a la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contraría, el Eros.
Así todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombres no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra. Las ligazones pueden ser de dos clases. En primer lugar, vínculos como los que se tienen con un objeto de amor, aunque sin metas sexuales; la otra clase de ligazón de sentimiento es la que se produce por identificación. Sobre ellas descansa en buena parte el edificio de la sociedad humana.
Lo ideal sería, desde luego, una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa sería capaz de producir una unión más perfecta y resistente entre los hombres, aun renunciando a las ligazones de sentimiento entre ellos. Pero con muchísima probabilidad es una esperanza utópica.
Despachada esta idea, Freud aborda los caracteres psicológicos de la cultura, y señala que dos parecen los más importantes: el fortalecimiento del intelecto, que empieza a gobernar a la vida pulsional, y la interiorización de la inclinación a agredir, con todas sus consecuencias ventajosas y peligrosas. Ahora bien, la guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más.
Entretanto tenemos derecho a decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra.
Para Erick Fromm, la obra de Freud tiene una concepción muy ingenua de lo que ocurre en la sociedad y la mayor parte de las aplicaciones de su psicología a los problemas sociales eran construcciones erróneas.
Una de las principales críticas que el Filosofo Alemán hace a Freud es su incapacidad por despegarse del horizonte cultural de su época. Freud estaba tan imbuido del espíritu de la cultura a que pertenecía, que no podía ir más allá de los límites impuestos por esa cultura. Esto lo llevo a no contextualizar tampoco a los individuos en un momento y un espacio determinado, es decir, no le inscribe al hombre en su dimensión histórica, para este el individuo perteneciente a su cultura representa el hombre en general. Aquellas pasiones y angustias que son características del hombre en la sociedad moderna eran consideradas como fuerzas eternas arraigadas en la construcción biológica humana.
A su vez Fromm señala una serie de críticas a la teoría del Psicoanálisis:
Freud acepta la tradicional dicotomía entre hombre y sociedad, así como la antigua doctrina de la maldad de la naturaleza humana. El Psicólogo adhiere a esa idea de que el hombre es el lobo del hombre.
El hombre, según Freud es un ser antisocial, la sociedad debe domesticarlo, debe moderar sus impulsos básicos a través de lo que el psicólogo denomina como mecanismo de sublimación; que transforma las actitudes del individuo en conductas deseables para la sociedad. La transformación de la represión a la cultura civilizada se da en un acto donde a mayor represión mayor cultura y mas peligros de trastornos neuróticos.
La relación que establece con la sociedad es una relación estática, la sociedad ejerce posesión sobre sus impulsos naturales. A su vez Freud estudia al hombre como ser social similar a las relaciones características del individuo en una sociedad capitalista.
El campo de las relaciones humanas es similar al mercado, es un intercambio de satisfacciones de necesidades biológicas, en el cual la relación con los otros individuos es un medio para un fin y nunca un fin en si mismo.
Contrariamente al punto de vista de Freud, Erick Fromm señala que el problema central de la psicología es que se refiere al tipo especifico de conexión del individuo con el mundo, y no el de la satisfacción de una u otra necesidad innata: a su vez plantea en su obra, que la relación entre individuo y sociedad no es de carácter estático.
El Hombre (con impulsos innatos) y la sociedad (con su momento histórico, con una coyuntura económica y con sus estímulos culturales) no deben estudiarse de forma separada, todas las necesidades comunes (hambre, sed, odio, amor) son el resultado de un proceso social.
El Hombre no es bueno ni malo por naturaleza, sino que es un producto histórico. Para Fromm la tarea propia de la psicología social es la de comprender este proceso en el que se lleva a cabo la creación del hombre en la historia.
La sociedad, a su vez, no solo ejerce una función de represión sino que también es un espacio de creación y transformación; No solo el hombre es producto de la historia sino que también la historia es producto del hombre. La solución de esta contradicción aparente constituye el campo de la psicología social.
Fromm por tanto difiere a ultranza con el punto de vista adoptado por Freud. Rechaza la interpretación de la historia como el resultado de fuerzas psicológicas que, en si mismas, no se hallan socialmente condicionadas. Rechaza también aquellas teorías que desprecian el papel del factor humano como uno de los elementos dinámicos del proceso social (Aquí Fromm apunta contra la escuela positivista).
Es preciso señalar que estamos no solo ante un claro problema psicológico sino también ante un problema que es filosófico e histórico: la naturaleza humana, los factores dinámicos en su construcción y la creación de la subjetividad.
Para Fromm, El modo de vida, tal como se halla predeterminado para el individuo por obra de las características peculiares de un sistema económico, llega a ser el factor primordial en la determinación de toda la estructura de su carácter, por cuanto la imperiosa necesidad de autoconservación lo obliga a aceptar las condiciones en las cuales debe vivir. A su vez la naturaleza humana no es ni la suma de impulsos innatos fijados por la biología, ni tampoco la sombra sin vida de formas culturales a las cuales se adapta de forma pasiva y uniforme, sino que es el producto de la evolución humana.
Afirma pues el carácter transformador del individuo de su entorno social y subraya a su vez que existe ciertas leyes y mecanismos que le son inherente, que aparecen fijo; como las necesidades de satisfacer los impulsos sexuales y la necesidad de evitar el aislamiento y la soledad moral.
Por su parte Silvia Bleichmar[1] , en su articulo de la revista Relaciones señala que el ser humano cambia históricamente, que la representación de si mismo y de su realidad no se mantiene estrictamente en los términos con los que fuera pensado por el psicoanálisis de los comienzos, no hay duda.
Por ello es importante preguntarnos que quiere decir producción de subjetividad? De que manera se constituye la singularidad humana en el entrecruzamiento de universales necesarios que hacen a la constitución psíquica y los modos históricos que generan las condiciones del sujeto social.
La subjetividad se encuentra atravesada por los modos históricos de representación con los cuales cada sociedad determina aquello que considera necesario para la conformación de sujetos aptos para desarrollarse en su interior. La producción de subjetividad, concebida en su forma histórica, regula los destinos del deseo en virtud de articular, del lado del yo los enunciados que posibilitan aquello que la sociedad considera acorde consigo misma.
Si la producción de subjetividad es un componente fuerte de la socialización, evidentemente ha sido regulada, a lo largo de la historia de la humanidad, por los centros de poder que definen un modelo de hombre para conservar el orden y conservarse a si mismo.
Sin embargo, en sus contradicciones, se encuentra la posibilidad de construcción de nuevas subjetividades alternativas. Estas no pueden establecerse sino sobre nuevos modelos discursivos, sobre nuevas formas de re-definir la relación del sujeto singular con la sociedad en la cual se inserta y a la cual quiere de un modo u otro modificar.
Para concluir quiero citar una reflexión de Paulo Freire, el cual señala que la Opresión como situación existencial concreta tiene su génesis en un acto violento instaurado por aquellos que detentan el poder. Dicha violencia es entendida como un proceso, que se transmite de una generación a otra, creándose a su vez un clima general, que crea en el opresor una conciencia fuertemente posesiva. Posesiva del mundo y de los hombres. Dicha conciencia es considerada por Fromm como una conciencia necrófila.
De ahí que la conciencia necrófila tienda a transformar en objeto de su dominio todo aquello que le es cercano. La tierra, los bienes, la producción, la creación de los hombres, el hombre mismo, el tiempo en que se encuentran los hombres, todo se reduce a objeto de su dominio.
Esa tendencia de la conciencia opresora a inanimar todo y a todos, que tiene su base en el anhelo de posesión, se identifica, indiscutiblemente, con la tendencia sádica. Esto tiene que ver con el placer del dominio completo sobre otra persona (o sobre una criatura animada), señala Fromm, es la esencia misma del impulso sádico. Otra manera de formular la misma idea es decir que el fin del sadismo es convertir un hombre en cosa, algo animado en algo inanimado, ya que mediante el control completo y absoluto el vivir pierde una cualidad esencial de la vida: la libertad.
El sadismo aparece, así, como una de las características de la conciencia opresora, en su visión necrófila del mundo. Su amor es un amor a la inversa: un amor a la muerte y no a la vida.
[1]Silvia Bleichmar Subjetividad en Psicoanálisis. Ed Relaciones, Revista al tema del Hombre Nro 327 Montevideo, Agosto 2011
BIBLIOGRAFIA
Silvia Bleichmar Subjetividad en Psicoanálisis Relaciones. Revista al tema del Hombre Nro 327 Montevideo, Agosto 2011
Carta del Profesor Sigmund Freud a Einstein Sobre la Violencia y la Guerra Viena Setiembre de 1932
Erick Fromm El Miedo a la Libertad Ed Paidos Buenos Aires.