sábado, 26 de febrero de 2011
Las Cuatro Esquinas
LAS CUATRO ESQUINAS.
No se como ocurrió, pero de un momento a otro me encontré cruzando el centro de un pueblo de verano. Las gentes, algunas en los bancos, vestidas de oficina con calor de mediodía, otras descansando del sol en la plaza, sentados en fuentes sin agua y al borde de los canteros. La plaza es despojada pero con bastante sombra y buen olor, suficientes razones para quedarse escuchando las conversaciones de un señor viejo con musculosa y dos jóvenes mormones. Empiezo a interesarme mas por los alrededores de la plaza, en una de las esquinas hay dos niñas muy delgadas y con volados en sus polleras, una de ellas me recuerda a un personaje animado, hago fuerza para que me parezcan simpáticas, pero una de ellas lleva un helado en sus manos, no convida y su color es demasiado rosado, tanto que me provoca malestar. Ese color no me deja pensar claramente y hace que el calor me moleste. Un calor interno, casi doloroso. Mi vestido es largo, de invierno, cuando me doy cuenta de esto, comienzo a explorarlo, es viejo y desearía que fuera vestido de abuela. Levanto mi brazo y miro la manga larga, está llena de pelotillas, hoy no me molestan. Comienzan a moverse y escapan del vestido que no me deja ver los pies, los imagino quemados por el sol y con las marcas de las sandalias de cinta negra. No me distrae pensar en esto y mientras figuro esos pies en mi mente las pelotillas escapan y se van transformando en formas, casi imperceptibles, todas formas mías. Una de mis formas ve a mi cuerpo moverse por la ciudad, pesado, casi deslizándose. A cada paso, crece del vestido una cola, que se mueve como un animal prehistórico, y vuelan moscas como despedidas continuamente por catapultas diminutas. En otra esquina hay una niña mirando todo desde su ventana, señalando la luna opacada por el día y ladrando como una loca, nadie la mira, sólo una señora que desde el interior de la casa oscura trata de tranquilizarla, la tira del brazo pero ella no responde a sus pedidos, no tiene por que hacerlo. Cuando llego a la próxima esquina salta un gato amarillo, de cara gorda y ojos grandes, se acuesta sobre la cola del vestido y mira a mis formas, sonríe levemente, como si supiera que soy yo, mi otra forma la que lo conoce muy bien y le susurra al oído palabras dulces y tranquilas, que lo hacen por momentos suspirar y cerrar sus ojos. Tú te dejas llevar, pero tú piensas otra cosa, le susurro sin saber por qué. Llego a la última esquina, ya pude recorrer las cuatro esquinas de la plaza, llegamos a la iglesia, pronuncio estas palabras sin conocer las personas a las que están dirigidas. La iglesia tiene colores muy particulares, en tonos de marrón y amarillo, puedo ver a través de sus azulejos, veo nombres escritos de muchas personas y familias, todos los que existieron en el momento de su construcción y pudieron donar esas piezas para su fachada. Me dan ganas de entrar conocer su interior, pero no me animo, me da miedo conocer su verdad, el malestar que se siente al ver flores de papel, olor a rosarios de rosas apilados en un rincón, canastas sin pan y cartas desgraciadas bajo la virgen despintada. Empieza a llover y me olvido de la iglesia, miro alrededor, todos buscando refugio y yo, contenta de la lluvia en verano.