por Micaela Fraga
La fiesta popular del carnaval, que abarca oficialmente el mes de febrero y algunos días de marzo, forma parte de nuestra tradición y costumbre desde hace ya unos cuantos años. Su forma más representativa, la murga, tiene sus orígenes en las murgas de Cadiz, en los inmigrantes españoles que colmaron estas tierras a comienzo del siglo XX. Durante el primer gobierno de Claudio Williman y relacionado con las zarzuelas españolas que venían asiduamente a Uruguay se da origen a dicho género musical.
Para comenzar a estudiar este género debemos remitirnos a su acepción. Según el diccionario de la Real Academia Española, la murga es “compañía de músicos malos, que en Pascuas, cumpleaños, etc., toca a las puertas de las casas acomodadas, con la esperanza de recibir algún obsequio”.
El vocablo proviene de musga, una forma semipopular de la palabra música. En nuestro país, el término murga ha adquirido una acepción diferente a la presentada por la RAE: refiere a un tipo específico de conjuntos artísticos que realizan representaciones durante los meses de carnaval. Forman parte de nuestra cultura popular y son reconocidos por el público por ciertos rasgos específicos, a saber: canto, movimiento escénico, vestimenta, maquillaje, etc.
¿Sería posible considerar a las letras de murga como literatura? Muchos consideran que aún no es posible hablar de literatura en los textos de murga, ya que su tradición de carácter oral y perecedera, no conforma aún, un corpus suficientemente representativo. Creemos que esta justificación es incorrecta y fácilmente reprobable ya que hoy en día, las publicaciones y grabaciones comerciales de los conjuntos de carnaval han logrado una vigencia extraordinaria. Asimismo se cuenta en la Biblioteca Nacional, en AGADU (Asociación General de Autores del Uruguay) y en la Intendencia Municipal con un conjunto muy significativo de documentos. A su vez, si nos guiáramos por esa justificación no podríamos considerar literatura, por ejemplo, a los romances españoles que fueron recogidos por Menéndez Pidal, o al Popol Vuh trascripto por Fray Francisco Ximénez.
Profundizando en dicha discusión citaremos algunas palabras de Hugo Achugar tomadas de la charla organizada por APLU, titulada Repensar la literatura. ¿Cuándo, cómo, dónde y quién? En ella, plantea que la literatura no es una categoría eterna, ni intemporal y que además es constituida por los seres humanos. Durante mucho tiempo el estudio de la misma no planteó demasiados problemas ya que “la literatura era una práctica simbólica vinculada a la palabra”. Esta concepción se modifica de manera más radical cuando se considera que la literatura forma parte de los aparatos ideológicos del Estado. Ello implicó que la práctica literaria fuera considerada como mecanismo y operación del poder, dominación y resistencia. También, resalta Achugar, otra dirección que fue tomada por Carlos Rincón, quien la denominó “el cambio de noción de literatura”.
Todas estas ideas abrieron una brecha para que en la década de los 70, Roberto Fernández Retamar hablara de la Teoría hispanoamericana de la literatura, generando una distancia con el planteo universalista que proponía una única teoría literaria válida. Y a pesar de que el proyecto fracasó, en las últimas décadas se aprecian fuertes cuestionamientos a la teoría literaria tradicional y hegemónica.
Es imposible no cuestionarse qué es, entonces, literatura. Según resume muy correctamente Achugar “Literatura es aquello que una comunidad acepta denominar literatura. Pero la tautología no es siempre recomendable y me corrijo: literatura es aquello que un determinado grupo tiene el poder para decidir que es literatura. Por lo mismo, no es universal. Por lo mismo depende de las relaciones de poder”.
Luego de esta esclarecedora definición de literatura, Achugar manifiesta una interesante propuesta: “Quizás debamos estudiar las letras de las murgas, ¿acaso dentro de tres siglos no cabe la posibilidad de que sean estudiadas por nuestros alumnos de secundaria en una antología que algún erudito local titule Flor nueva de murgas viejas?”
La propuesta es llamativa, más aún cuando vemos crecer dentro de las murgas la intención del uso de ciertos tropos verbales y giros poético que demuestran una clara preocupación estética.
También es importante que las letras de murga se definan por su contenido temático, es decir, por su referencia al contexto político-social. Esto hace que murgas como Falta y Resto hayan revolucionado el ámbito carnavalero en época de represión militar.
¿Qué sucede con esa parte del repertorio que no escapa a la contingencia temporal? Más precisamente nos podemos referir a un popurrí o un cuplé. En esta parte del espectáculo el letrista se desplaza hacia el contenido temático (que por lo general es de actualidad) y la construcción literaria se hace más libre. Se utiliza un léxico coloquial y las referencias metafóricas son más directas e inmediatas. Aquí ¿hablamos también de literatura? Podríamos establecer un paralelo con lo que sucede con el artículo periodístico y el ensayo. Durante años la murga ha quedado en la memoria del pueblo a través de la trasmisión oral de grandes presentaciones y despedidas, sin embargo los cuplé (salvo excepciones: Murga La, El colchón, Las chusmetas, a modo de ejemplo) pasan año tras año sin dejar huellas. El cuplé, al ajustarse a hechos particulares que se suceden en el correr del año quedan atados a lo transitorio; sin embargo, presentaciones y despedidas, impregnadas de un alto vuelo poético, adquieren una dimensión universal y atemporal. Lo mismo sucede con el ensayo que por su valor de prosa artística se mantiene en el tiempo, no así el artículo periodístico que se encuentra sujeto al día para convertirse en obsoleto una vez terminado el mismo.