miércoles, 3 de agosto de 2011

Mi tiempo I


Cómo es posible,
tanta gente,
y tan solos todos,
tan unos,
tan a la deriva,
siendo y haciendo por uno,
desde uno,
para uno,
¿por qué?
mi yo no existiría,
se disiparía,
si no existiesen mis no yo,
y sin embargo los ahogamos
los alejamos de la posibilidad del yo,
no nos damos cuenta que matándolos
alejándolos,
matamos también el yo;
nos condenamos a ser nada.


Vivo en un tiempo en el que hemos cometido el asesinato del yo, somos yoicidas, nos hemos privado de lo más único que poseíamos, lo hemos sacrificado en los altares del Dios muerte que gobierna mi tiempo y que exige de nosotros mínima conciencia y máximo rendimiento. Y en el concilio donde se sacralizó la renuncia a nuestras luchas firmamos el pacto de unión con la exterioridad, pacto en el que prometemos subordinación al consumo y al desvínculo.

Le hemos apostado todas nuestras fichas a lo rápido a lo sencillo a la apariencia y nos privamos y renunciamos a tantas cosas, entre ellas, de encontrar en el no yo de un otro, enteramente diferente de mi, esa luz que es guía en la búsqueda de la comprensión; de la mutua transformación y construcción de uno mismo, luz que incentiva la lucha por lo que se cree mejor para todos y no para uno mismo y unos pocos. Creo que si, que la apuesta ya está hecha y creo de antemano que la jugada es mala, que nos condena, te condena, me condena, a buscarnos siempre por fuera, siempre de lejos; a no acercarnos, a no vernos, a ser islotes que únicamente se ven las costas y nunca el centro. Nos condena: a no hablar; a no buscar, a morir de muerte yoica, a cosificarnos a ser nadas, ningunos, la más absurda, enfermante y peligrosa nada; nada consumista, destructora y asesina. A eso nos estamos condenando o nos hemos condenado, a eso, tristemente a nada más que a eso. Al mundo le ha nacido hace algún tiempo, por que así lo quisieron unos pocos, el hombre nada.

Nicolás Cardozo