viernes, 28 de enero de 2011

Estado, implicación y reconocimiento

Estado, implicación y reconocimiento (Primera parte)

Mi nombre es Ernesto Alves. Además de ser payaso en hospital en el programa Jarabe de Risas en el Hospital Maciel de la Ciudad Vieja de Montevideo, soy estudiante de filosofía y profesor de filosofía en educación secundaria. En esta comunicación quisiera hablarles de algunas conexiones de sentido entre la filosofía y el clown, encontradas en la búsqueda de intersecciones entre los dos campos.
Los pensamientos sobre el payaso que desarrollaré parten de un análisis y una búsqueda de comprender conceptualmente lo que llamamos el estado en nuestro género. Generalmente se habla del estado del clown caracterizándolo en relación con la proyección, la expansión, el disfrute, la escucha, la vulnerabilidad, la incertidumbre, la presencia y el juego. Suele decirse también que el estado es algo que se siente, que se vive. Sin embargo, aunque creo que la relación de lo que llamamos estado con el campo emocional es notoria, no resulta tan nítido su vínculo con nuestra experiencia en general.
Entiendo a la ‘experiencia’, desde un punto de vista filosófico, como la captación sensible del mundo. Lo que nos es dado, lo que se nos presenta y percibimos como real sería lo que constituye la experiencia. En ese sentido podemos decir que tenemos experiencia del mundo, en tanto entendamos que puede hablarse de forma literal del mundo externo pero también del mundo interno como el campo propio de la experiencia interior, como espacio donde ocurre la sensibilidad, la emoción, el pensamiento y las diversas afectaciones.
Estas reflexiones y definiciones parciales para caracterizar el estado han sido aprendidas de varios maestros, leídas o escuchadas, así como también surgen de nuestra corta experiencia como payasos. En ese sentido es que emprendemos esta búsqueda, para aclarar nuestra comprensión de este fundamento del género y compartir lo que vamos comprendiendo.
Al iniciar estas reflexiones aparecen más sospechas que certezas. La sospecha primaria es que iniciar un camino de aprendizaje en torno a la filosofía de las emociones podría enriquecer nuestra comprensión de ciertas claves de nuestro género. En lo que sigue trataré de mostrar cómo se mueve esa sospecha, no tanto los resultados que ofrecería finalmente. Comenzaremos por delinear nuestro acercamiento a la comprensión del estado.
Creo que nuestro trabajo en Jarabe de Risas se caracteriza por una búsqueda artística dentro del lenguaje del clown en torno a la posición que ocupamos en el espacio hospitalario. Nos proponemos realizar una actividad artística que transforme el espacio simbólico del hospital, esto es, que permita una percepción distinta y esperanzadora sobre el ambiente de convivencia, cuidando los límites del género y disfrutando la exploración de las posibilidades que ofrece.
Pero si la búsqueda se plantea en torno a un posicionamiento, se nos plantea una pregunta, ¿de qué forma puede estar un payaso en un hospital? ¿Cómo responder a esta pregunta?
Pensemos en el estar, en las posibilidades en torno a este concepto. El posicionamiento en un espacio crítico en cuanto a la sensibilidad nos mueve directamente a una forma de compromiso para con nuestra propia presencia. Y no se trata aquí de un compromiso desde una postura ética, sino vivencial: si lo que se trata es de estar allí, cuando vivimos como payasos, entonces no hay escapatoria. Nos encontraremos directamente implicados en un ambiente, sea cual sea: un día de frío o calor, con movilización de funcionarios en el hospital o con tranquilidad general, puede ser un día en que las cosas estén saliendo bien y conectemos con nuestros compañeros y con las demás personas o puede ser que no pase nada de eso. Lo común a todos estos casos, creo, es que si hemos de ser payasos debemos estar allí.
El estado nos remite así a una forma de posicionarse en un espacio, desde el sentir. Si estamos allí acompañando nuestras vivencias, jugándolas y disfrutándolas, estaremos en el camino del estado.
El hacer acto de presencia en un hospital parándose desde el disfrute nos exige una forma de estar implicada, comprometida con la otredad: una forma de estar que se caracteriza por ser una presencia sentida, afectada y envuelta con el sentir de sí y el sentir de lo otro: de los pacientes, sus acompañantes, de los trabajadores y también del espacio, del patrimonio del hospital, de sus paredes y estatuas, sus ventanas y corredores.
Remitimos al estado entonces como a una forma, a una disposición en la que el payaso se sitúa para trabajar y que habilita múltiples contenidos. Se trata, quizás, de una forma de la experiencia, es decir, de una condición previa al relacionamiento con el mundo interno y el mundo externo que los envuelve y tiñe con un significado primario. Este significado primario, este color de tinta, este sutil envoltorio, es un color y envoltorio afectivo y subjetivo que nos da una figura básica y primigenia de lo real.
Como señalé antes, el compromiso, entendido como implicación, es una característica principal del estado del payaso porque requiere una aceptación total de la sensibilidad propia, de la emoción que surge y aflora en impulso. El estado es un imperativo de que suceda lo que nos motiva en el momento y lugar.
Desde otro punto de vista, girando la mirada, vemos que el compromiso sucede en relación con la otredad, que se concreta especialmente en las personas con las que interactuamos en el hospital y a las cuales proponemos un encuentro. La búsqueda del estado une los dos niveles de implicación en tanto el encuentro solo puede suceder si ponemos en juego en el encuentro nuestra sensibilidad y presencia real.
El desarrollo propuesto hasta aquí nos señala que el clown, trabajando desde el estado, percibe la realidad desde un posicionamiento especial, la implicación. Este posicionamiento, ponerse, postura, consistiría básicamente en envolver a la realidad, tanto interna como externa, con un contenido subjetivo elemental, desde una actitud de inclinación hacia la aceptación de lo que sucede.
Llevando estas interpretaciones a un plano filosófico más general, ya no hablando solamente del clown, nos encontramos afirmando que nuestra experiencia, la fuente básica de nuestro conocimiento, se encuentra condicionada previamente por una actitud de implicación.
Retomemos entonces nuestro punto de interés complementario: la filosofía. La tradición en este campo ha insistido en considerar a las emociones y al conocimiento como campos radicalmente separados de la experiencia del mundo.
En tanto entendamos a la experiencia como aquello que captamos como otro, que nos ofrece una información sobre la constitución de lo que sucede alrededor, y sigamos a la mayoría abrumadora de la tradición filosófica estaremos hablando de un campo representacional que se limita a lo cognitivo y no tiene en cuenta a lo afectivo. Es decir, generalmente las teorías no desconocen el plano de los afectos, las emociones, pasiones o sentimientos, pero se ocupan particularmente de distinguir estos planos del campo de la experiencia legítima.
Una de las sospechas que quiero comunicar aquí es que en la filosofía contemporánea de nuestros tiempos esta distinción ha sido cuestionada desde diversas tiendas. Alguien puede pensar ahora, con todo derecho, que ha habido filósofos anteriores que han dado un rol central a las emociones en sus teorías del conocimiento. Ante esta posible objeción es justo aceptar el señalamiento sin dejar de reconocer, pese a ello, que la mayoría de la tradición filosófica ha partido desde el punto de vista antes explicitado.
Lo que quiero comunicar entonces es que desde este campo crece progresivamente la incorporación del campo emocional a una teoría del conocimiento con un sustento de justificación cada vez mayor.