Algunas reflexiones sobre el diálogo y la educación…
¿Es verdaderamente pasivo el estudiante? ¿es únicamente el docente quien tiene la posesión de todos los conocimientos? ¿Están los docentes dispuestos a ser solamente escuchados? ¿no tienen nada para recibir, para aprender, para construir a partir de la interacción con los otros, a pesar de su “juventud”, e “inexperiencia”?
Si hablamos de “pensamiento crítico” de ser “reflexivos”, etc. debemos habilitar, y habilitarnos para, recibir, escuchar, compartir, devolver, pensar, opinar y fomentar que eso ocurra, dar herramientas para que suceda, espacios...
Solo es posible si apostamos a una educación basada en el diálogo.
Pero... ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Es posible? ¿Qué implica?
El diálogo es una herramienta que permite repensar y repensarse con los otros, verbalizar, expresar, construir, y eso constituye la existencia.
Nos permite modificar esas relaciones de poder que tanto nos “callan”, nos “ciegan”, nos aquietan, y nos reprimen, nos limitan, nos frustran. El diálogo es en cierto sentido liberador.
Nos acerca al conocimiento y a los otros, aprender a dialogar, es aprender a escuchar, a comprender, a participar, a tener en cuenta a los otros, a reconocerlos. Uno de los problemas de los contextos actuales, es sin duda este último, el hecho de no reconocerme y de no reconocer al otro como tal. En este sentido, la importancia del diálogo, radica en concebirlo como herramienta para verse y ver en otros, para ponerse en el lugar de. El diálogo como herramienta para el reconocimiento. Por no reconocer al otro como un ser humano igual, es que se dificulta la construcción de proyectos colectivos, de solidaridad, etc.
“...El filosofo escucha, y quizá porque escucha, tiene algo para decir...”
En el aula debemos apostar a la construcción en todos los aspectos. Desde lo conceptual, ya que cuando se logra de esa forma será más rico; desde lo vincular, porque creo que si no hay un ambiente favorable, agradable, se dificulta generar ciertas condiciones para el aprendizaje.
Además para mantener un diálogo, es necesario permanecer atento, alerta. Un buen diálogo es aquel del cual se ha podido extraer algo en limpio, o al menos si se han reconstruido diferentes puntos de vista es importante descubrir en él un progreso, cuando hubo respeto, lugar para la autocrítica, la autocorrección, la reflexión, la defensa adecuada ante una determinada postura, pero de un forma abierta, con firmeza pero dispuesta a modificaciones, con un predisposición para dar y recibir. Debe haber intercambio, movimiento. El problema está en que no siempre hay un ambiente propicio para eso, ¿Qué hacer entonces?
“...La verdad no se tiene, en la verdad se está... es un espacio de escucha, de diálogo, de conversación, se dice a través de lo que vamos diciendo todos”
Trabajar con el diálogo implica varios riesgos. Desestabilizar nuestra supuesta seguridad, dejar de lado lo previsible, es un abrirse a la alteridad. La palabra es un encuentro, frente y ante los demás.
Como docentes debemos apostar al diálogo filosófico en el aula, desde el trabajo con el propio contexto, hasta lo que tiene que ver con los mismos filósofos. El diálogo también se da a través de los textos.
Un texto filosófico, aunque no lo parezca, se encuentra bien lejos de ser “imperturbable”, con cada lectura, con dada opinión o interpretación acerca de él, se está “moviendo”, nos está “hablando”, nos está habilitando a que lo resignifiquemos, a que lo revaloricemos, a que le demos nuevamente un sentido, el cual dependerá de la forma en la que nos enfrentamos a él. Como docentes debemos otorgar a nuestros alumnos determinadas herramientas que le permitan el ejercicio de una lectura crítica reflexiva, sólida, constructiva, formativa.
Al leer y releer un texto, las condiciones dadas nunca son las mismas. En un sentido Heracliteano, podemos establecer que nosotros no somos los mismos, y de pronto no tenemos ya las mismas herramientas, siempre es posible una nueva interpretación, por lo que se reafirma la idea de que es fundamental ese diálogo con el autor al leerlo, ya que las palabras parecen estar quietas, mirándonos, cuando en realidad, siempre que haya una lectura comprometida, critica, reflexiva, las palabras estarán allí vivas, esperando que “las llevemos a dar un paseo” por nuestras mentes, buscando nuevamente un sentido en ellas.
Creo que esto es también una forma de diálogo en el aula, y es posible y sumamente valioso.
El dialogo es acto y potencia a la vez, es una actividad vivencial, y como tal nos permite guardar ciertos recuerdos, experiencias, o sea conocimiento.
A pesar de las dificultades, a las que nos enfrentamos, la apatía, la falta de compromiso, creo que el dialogo filosófico, de la mano con la pregunta, la problematización, la creatividad, pueden contribuir, generar, disparar, mover. Pero debe hacerse de una forma comprometida, rigurosa, autocrítica. El docente debe evaluar y analizar críticamente su curso, teniendo en cuenta las características del grupo, las cuales llegarán a él a través de un interés, de un acercamiento, que permita entablar ciertos vínculos a partir de los cuales se pueda construir todo aquello cuanto podamos y queramos todos los involucrados en dicha relación.
En uno de sus artículos , Mauricio Langón nos cuenta:
“Siempre recuerdo la experiencia de la profesora Martha Salvo que tenía uno de esos grupos a mí qué me importa , apático, despectivo, que no se interesaba por nada; y logró moverlos dándoles a comentar una frase de Nietzsche que decía algo así como: A los que más desprecio es a los que desprecian todo . Con ese golpe logró romper algo; aquello que se tenía por sólido, aquello que se tenía por bueno, aquello que sostenía la superioridad de cada uno frente a los demás. Esa seguridad que sostengo y me sostiene sea porque tengo muy buenos conocimientos y estoy convencido de lo que estoy haciendo; sea porque me coloco en otro nivel y, entonces, desprecio, me aburro”
Este es un ejemplo clarísimo, en el que me apoyo para confiar y creer que si es posible el diálogo filosófico en el aula a pesar de todo.
No quiere decir esto, que el diálogo sea la solución de todos los problemas que se dan en la institución educativa, por eso señalamos que hay causas profundas por cambiar más allá del aula. De todos modos, hay mucho por reconocer y por trabajar, y sabemos que hay pequeños logros que nos satisfacen, porque vemos que han “movido” que hubo aprendizaje, compromiso, escucha, participación, vivencias compartidas, que cuando llegamos a un conocimiento entre varios lo sentimos nuestro, que sentimos...
Y porque sentimos digo: no podemos transmitir certezas que no poseemos, pero tampoco un incertidumbre ciega, el equilibrio esta en el intercambio, en ese interjuego que nos hace ser.
Sabemos que se puede mover, porque otros nos han movido, en cierto punto todos aquellos que nos comprometemos con la educación confiamos en eso.
El diálogo filosófico es una llave, que nos puede abrir muchas puertas, incluso cuando han cambiado las cerraduras, pero de todos modos, no debemos desconocer que estas ya no son las mismas...